Celebremos el National Bourbon Day con un viaje a través de migrantes, cereales, barricas y melodías que han dado forma al espíritu más americano de todos
Hay bebidas que nacen para refrescar. Otras, para celebrar. Y unas cuantas, como el bourbon, para contar historias. Y no podría haber mejor momento para escucharlas que hoy, el 14 de junio, en el National Bourbon Day o Día Nacional del Bourbon, cuando el mundo entero levanta la copa en honor a este destilado tan singular.
Historias largas, complejas, con protagonistas reales y capítulos escritos a fuego lento. Historias que no se explican solo con leyes de denominación, sino con tierra, fuego, madera y migración. El bourbon es una bebida que, como pocas, logra contener el alma de una nación en una copa. No nació para presumirse; nació para acompañar, para resistir, para recordar.

Y hoy, mientras en México comienza a abrirse camino entre barras, anaqueles y conversaciones, vale la pena contar esa historia desde el principio. Desde las semillas de maíz, centeno, trigo y cebada hasta las canciones que llevan su nombre. Porque más allá de su sabor, el bourbon tiene una voz, y quiere ser escuchada.
El cruce de océanos y la semilla del whiskey
La historia del bourbon comienza en movimiento. En barcos atestados de familias que huían de guerras, hambrunas o persecuciones religiosas. Escoceses, irlandeses, alemanes. Hombres y mujeres que cruzaban el Atlántico con la esperanza de un nuevo comienzo. En sus equipajes, más que pertenencias, traían saberes: técnicas de cultivo, recetas familiares, y sobre todo, el conocimiento ancestral de la destilación.
Al llegar a las colonias británicas del noreste, se enfrentaron a un nuevo ecosistema. El centeno —grano fuerte y tenaz— crecía mejor que la cebada en aquellas tierras frías y pedregosas de Pennsylvania y Maryland. Así nació el primer whiskey americano: el rye. Era un destilado áspero, directo, especiado. Reflejaba el carácter de esos primeros colonos, su necesidad de calor, de valor, de algo que los ayudara a soportar el invierno y la incertidumbre.

No era un lujo, era una herramienta. Se usaba para el trueque, para las recetas, para las celebraciones… y también para el silencio. Para esos momentos en los que el crujido de la madera en la estufa o el viento contra las contraventanas era la única conversación posible. Para los instantes de introspección, de duelo, de esperanza silenciosa. El rye no solo calentaba el cuerpo; también acompañaba el alma cuando las palabras escaseaban.
Con el tiempo, la expansión hacia el suroeste —a través de lo que hoy es Virginia y Kentucky— ofreció nuevas posibilidades. El suelo era fértil, el clima más benigno, y el maíz creía con generosidad. Y entonces, como ocurre en las grandes historias, el destino se encontró con la oportunidad: donde antes destilaban centeno, comenzaron a destilar maíz. No por capricho, sino por adaptación. Y en esa adaptación nació una nueva identidad.
Maíz, trigo y cebada: una sinfonía de granos americanos
A diferencia de otros whiskeys en el mundo, el bourbon no se construye sobre la pureza de un solo grano, sino sobre el equilibrio de varios. Y eso es profundamente simbólico. El mash bill, la receta de cereales, es una metáfora del mestizaje, de la combinación de orígenes para formar algo nuevo.

El maíz —presente siempre en al menos un 51 %— aporta dulzura, calidez, una sensación envolvente y amable. El centeno, si está presente, añade una nota punzante, como un comentario picante en una conversación: puede ser complejo, especiado, desafiante. El trigo, por su parte, suaviza, armoniza, convierte la textura en terciopelo. Y la cebada malteada, pequeña pero esencial, cumple un rol enzimático clave: transforma los almidones en azúcares fermentables, haciendo posible todo el proceso. Es el pegamento de la receta. Sin ella, nada funcionaría.
Cada destilería elige su mash bill como un compositor elige sus acordes. Hay bourbons donde el centeno predomina, como una guitarra eléctrica que marca el ritmo con energía. Otros se construyen sobre el trigo, como un piano de jazz que fluye sin sobresaltos. Pero todos tienen algo en común: son profundamente americanos en su mezcla, pero guardan un eco europeo en su técnica. Un puente entre dos mundos. Un sonido propio.
Evan Williams, Elijah Craig y la narrativa fundacional del bourbon
Detrás de cada categoría de bebida, hay nombres que la sostienen como pilares. El bourbon no sería lo que es sin la figura de Evan Williams, un inmigrante galés que fundó la primera destilería registrada en Kentucky hacia 1783. Visionario en lo técnico y en lo comercial, Williams entendió que el whiskey podía pasar de ser una actividad rural a una industria con rostro, nombre y reglas. Suministró whiskey a autoridades locales, trabajó en infraestructura, y dejó una huella que hoy sobrevive no solo en las etiquetas que llevan su nombre, sino en la idea misma de que el bourbon debía organizarse, sistematizarse, narrarse.
Elijah Craig, en cambio, es una figura mucho más mítica. Predicador bautista, emprendedor y hombre de múltiples oficios, se le atribuye el uso de barricas carbonizadas como parte del proceso de envejecimiento. Aquí comienza la leyenda. Algunos relatos afirman que un incendio accidental en su tonelería chamuscó un lote de barricas. Craig, pragmático y sin desperdiciar recursos, decidió utilizarlas de todos modos. El resultado sorprendió a todos: el whiskey que reposó en esas barricas tostadas emergió con un color ámbar profundo, notas dulces de vainilla y caramelo, y una textura más sedosa.
Te podría interesar: Joy Perrine: la dama del bourbon
Otras versiones sugieren que Craig, conocedor de las técnicas de preservación de la época, quemaba intencionalmente el interior de las barricas para limpiarlas, esterilizarlas y prepararlas para el transporte de los líquidos. En tiempos en que el control de la higiene era limitado, el fuego se utilizaba como un método efectivo para eliminar residuos, bacterias y olores no deseados del interior de los toneles, provenientes del previo resguardo de aceites, vinagres, pescados o sal. Al hacerlo, Craig descubrió que este proceso también aportaba sabores inéditos al destilado. También existe la teoría de que la carbonización era una técnica utilizada para enmascarar defectos en barricas de menor calidad, convirtiendo un acto de necesidad en un hito de sabor.
Aunque la historiografía moderna pone en duda que Craig haya sido el “padre del bourbon” en sentido estricto, su papel en el desarrollo de esta categoría es innegable. Su historia encarna la esencia del bourbon: la capacidad de transformar el error en virtud, la adaptación constante y el ingenio que convierte lo accidental en arte. Él representa esa parte del whiskey que está hecha de relatos, no solo de registros. Y como todo buen predicador, su legado vive en lo que inspira, no solo en lo que dejó escrito.
Las barricas, los rickhouses y el poder del lugar
En ningún otro destilado del mundo el proceso de maduración tiene un protagonismo tan teatral como en el bourbon. Por ley, este debe envejecer en barricas nuevas de roble americano carbonizado. Esa madera virgen, cuando es expuesta al fuego, desarrolla una capa tostada que carameliza sus azúcares y abre sus poros. Es como si la barrica fuese una galleta de vainilla y especias, esperando a ser mordida por el líquido.

Pero el verdadero milagro ocurre en los rickhouses. Estos almacenes de varios pisos, construidos en madera, ladrillo o acero, albergan miles de barricas en un silencio profundo. Cada piso, cada orientación, cada rincón del edificio tiene su propio microclima. Las barricas en la parte superior maduran más rápido, expuestas al calor. Las del fondo lo hacen más lento, con más consistencia. El angel’s share —la parte que se evapora— varía de piso a piso (hasta un 6 % de diferencia). Es como si los ángeles tuvieran rincones favoritos para su festín.
En Escocia o Irlanda, la maduración es más lenta, más uniforme, menos agresiva. Pero en Kentucky, el clima es un actor más. Las estaciones obligan al líquido a expandirse y contraerse, respirando dentro de la barrica, absorbiendo cada matiz de la madera. Así, cada rickhouse es un templo del tiempo. Y cada barrica, un pequeño universo sensorial.

Del Bourbon County al Bourbon Street: un nombre con dos acentos
El origen del nombre bourbon es en sí mismo un cruce de caminos. Algunos dicen que viene del condado de Bourbon, en Kentucky, un punto clave para la distribución temprana del whiskey en la región. Otros lo vinculan con Bourbon Street, la famosa calle de Nueva Orleans donde la bebida ganó notoriedad en bares y festivales. Curiosamente, ambas referencias aluden a la Casa de Borbón, la dinastía francesa que dejó una huella profunda en la historia americana.
Durante el siglo XVIII, en reconocimiento a la alianza franco-estadounidense en la Guerra de Independencia, numerosas regiones y condados fueron bautizados en honor a los Borbones, incluyendo el condado de Bourbon en Kentucky. Francia, bajo el reinado de Luis XVI, había sido un aliado crucial para las colonias en su lucha contra Gran Bretaña, y este legado de gratitud quedó impreso en la geografía y en la cultura emergente de los nuevos Estados Unidos.

Así, el nombre “bourbon” se desliza en la historia del whiskey americano no solo como referencia geográfica, sino como un símbolo de aquellos lazos diplomáticos y culturales que ayudaron a forjar una nación. Una historia de alianzas, comercio y memoria que, como el propio bourbon, se destila a través del tiempo.
Nueva Orleans fue clave en la expansión cultural del bourbon. Desde las primeras décadas del siglo XIX, los barcos de vapor que surcaban los ríos Ohio y Mississippi llevaban barriles de whiskey desde el condado de Bourbon y otras regiones de Kentucky hacia el bullicioso puerto de Nueva Orleans. Estos viajes fluviales no solo eran rutas comerciales: eran auténticos viajes de transformación. El tiempo que el whiskey pasaba en las barricas durante la travesía, sometido a los cambios de temperatura y al vaivén del barco, enriquecía su perfil, dotándolo de matices más complejos.

Una vez en Nueva Orleans, el bourbon encontró un escenario ideal. En los bares del French Quarter, los cantineros comenzaron a mezclarlo con azúcar, bitters y hielo; se convirtió en coctel, en símbolo, en rito. Así nació también una de las primeras formas del Old Fashioned, tan ligado hoy a la historia de esta bebida. Y allí también empezó a relacionarse con la música, el jazz naciente, el carnaval, la improvisación. Lo que había nacido como sustento de granjeros y pioneros, se transformó en una bebida de celebración urbana. Una que podía estar tanto en una cantina como en un salón de baile.
Bourbon en clave de blues: cuando la bebida también se escucha
El bourbon no solo se bebe, se canta. Se invoca. Se vuelve estribillo. Canciones como “Bourbon in Kentucky” de Dierks Bentley o “One Bourbon, One Scotch, One Beer” de George Thorogood son solo una muestra de cómo esta bebida ha impregnado la cultura popular estadounidense. En ellas, el bourbon es consuelo, despedida, anhelo, pausa entre tormentas.
Louis Armstrong, nacido en Nueva Orleans, tocó infinidad de veces en Bourbon Street, donde el bourbon fluía como parte del ritmo. En el country, en el blues, en el folk, esta bebida aparece como un símbolo emocional. A diferencia del Tennessee whiskey —más domesticado, más amable—, el bourbon tiene ese filo narrativo que lo vuelve historia líquida. Cada sorbo es una letra, cada barrica un compás, cada botella un disco.

Y eso lo acerca, curiosamente, a México. Porque aquí también entendemos que lo que se bebe tiene sonido: que el mezcal canta, el tequila llora, y el bourbon… improvisa.
El bourbon en México: una historia apenas destilada
En México, el bourbon apenas comienza a contarse. Pero lo hace con fuerza. Con marcas que apuestan por la educación, la narrativa, el sabor. Elijah Craig, Evan Williams, Buffalo Trace, Angel’s Envy… nombres que no solo traen líquido, sino relato. Propuestas que no compiten con nuestros destilados, sino que dialogan con ellos.
En un país donde el maíz es raíz, donde la madera también se ahúma y donde el tiempo tiene valor, el bourbon encuentra tierra fértil. Nos habla con acento extranjero, pero dice cosas que ya conocíamos: que el fuego transforma, que el grano se honra, que la historia no se olvida.

Así, el bourbon no es solo un acto de consumo. Es un acto de memoria. Una forma de escuchar a quienes cruzaron océanos, cultivaron campos, encendieron tonelerías, inventaron canciones. En cada sorbo hay una historia, y en cada historia una posibilidad de entendimiento. Quizá por eso, hoy más que nunca, vale la pena prestarle atención.
Porque en un mundo que premia la velocidad, el bourbon te pide pausa. Te pide oído. Te pide tiempo. Y cuando lo haces, cuando realmente lo escuchas, entiendes que no estás bebiendo solo un whiskey. Estás brindando con siglos de historia.
Porque el bourbon, querido lector, no solo se bebe.
El bourbon… enseña.
Y eso lo vuelve inmortal.
________
*Sigue a nuestro querido Ricardo Cortizo, the spirits storyteller, en @ricardoacortizo